lunes, 13 de diciembre de 2010

Olores que Saben

Iba la mujer todavía exhausta, con sus lunares aún erguidos por la euforia que le causó aquel encuentro. El tráfico de las siete no era suficiente para borrarle esa exhitación de amazona, ademas de ese tono rosado que se cargaba en las mejillas.
Al verse al espejo, notó que su barbilla y nariz tendían la huella de ese amor conjugado con los labios. La capacidad de causar placer de ese modo, fué el motivo de que las glandulas salivares le siguieran entregando entero el sabor de aquellos dulces líquidos.
Ella sentía todavía esa piel erguida en cada giro de su volante. Permaneció susurrando su nombre como si las manos en su espalda todavía la tocaran. Como si aquella lengua en su cuello le hubiera dejado unos surcos aún cosquilleantes.
Ni los semaforos todos en rojo conseguian borrarle la suavidad de esos murmullos.
Prendió el aire y abrió las ventanas, pero ni así evitaba percibir el olor de aquel escondite resguardado.
Los sonidos emanados se repetían en su mente con cada carro que pasaba.
Al llegar a su destino, se disfraza con lapiz labial. Consigue atenuar su respiración y consulta el olor de sus manos.

Acaba de recordar, que no llegó a comprar jabón.